Alemania, Rusia y Ucrania: de ‘punto de inflexión’ a ignorar lo esencial
Solo unos días después de que Rusia lanzara su ataque a gran escala contra Ucrania en febrero de 2022, el Canciller alemán, Olaf Scholz, lo describió como un “Zeitenwende”, un punto de inflexión histórico.
Los aliados orientales de Alemania, cuyas advertencias sobre la amenaza rusa habían sido ignoradas durante muchos años, exhalaron un suspiro de alivio: finalmente, Berlín lo había captado. Casi un año después, muchos de esos aliados, por no mencionar a Ucrania, están preocupados porque la decisión tanto tiempo demorada de proporcionar tanques Leopard 2 a Ucrania sea la demostración de que Alemania, o al menos Scholz, en realidad todavía no lo ha entendido. Tienen motivos para estar inquietos, pero muchos otros aliados no lo están haciendo mucho mejor que los alemanes: Occidente en su conjunto sigue respondiendo de forma inadecuada a la amenaza rusa.
Empecemos por los tanques: para la mayor parte de los observadores del conflicto ha resultado obvio durante meses que Ucrania necesitaba tanques occidentales modernos para reforzar su Ejército. Los Leopard 2 alemanes, operados por más de una docena de países europeos, eran claramente la mejor opción, pero Scholz y parte de su partido, el SPD, seguían pensándoselo.
El 25 de enero, Scholz finalmente accedió. No está claro de si dudaba porque le preocupaba no tener el apoyo de la opinión pública alemana (una encuesta reciente mostraba cifras prácticamente iguales a favor y en contra de suministrar tanques a Ucrania); tenía miedo a la oposición interna en su propio partido; era reacio a actuar solo, sin que Estados Unidos también facilitara tanques, por temor a que Moscú pudiera responder al envío de tanques alemanes atacando directamente a la OTAN; o era partidario de no cerrar la puerta a la posibilidad de establecer mejores relaciones con Rusia en el futuro.
Cualquiera que sea la explicación, la demora de Scholz ha causado daños en tres áreas, y todas serán difíciles de reparar. En primer lugar, es probable que pase algún tiempo antes de que un número significativo de Leopard 2 llegue al campo de batalla. El excomandante del Ejército estadounidense en Europa, el general Ben Hodges, calcula que se tardará de siete a 11 semanas en preparar a las tripulaciones de los tanques. La formación de ingenieros de mantenimiento llevará mucho más tiempo. Mientras tanto, todo indica que Rusia retuvo algunas de las tropas que movilizó el año pasado para que pudieran recibir entrenamiento adicional y es probable que movilice más en preparación para una ofensiva de primavera. Es posible que Ucrania tenga que hacerla frente antes de poder desplegar todos estos tanques nuevos y más capaces, lo que significará más bajas y aumentará su riesgo de perder terreno.
En segundo lugar, la vacilación de Alemania ahondará aún más la división entre quienes ven la presencia de EE UU como la única garantía de seguridad efectiva europea y quienes creen que Europa debe asumir una mayor responsabilidad en su propia defensa. El hecho de que Scholz solo cambiara su postura cuando supo que Estados Unidos también enviaría tanques, sin tener en cuenta las ofertas anteriores de muchos aliados europeos para hacerlo, pone de relieve lo lejos que está Europa de verse dispuesta o capaz para valerse por sí misma. Esta brecha es preocupante, porque aunque el presidente estadounidense, Joe Biden, todavía parece contar con el apoyo de los republicanos en el Senado cuando se trata de ayudar a Ucrania, los republicanos de la Cámara de Representantes incluyen a un número cada vez mayor de aislacionistas, y es la Cámara quien controla el monedero. Es posible que los europeos tengan que acostumbrarse a la idea de valerse más por sí mismos en futuras crisis, pero Alemania aún no parece preparada para eso.
En tercer lugar, el retraso va a perjudicar a Berlín. Animará a Rusia a creer que es posible quebrar la determinación alemana de apoyar a Ucrania. El Kremlin explotará sus conexiones en Alemania, construidas a lo largo de muchos años de vínculos comerciales y políticos, para fomentar las opiniones contrarias al apoyo a Ucrania y promover la división, incluso entre la antigua República Democrática Alemana y el resto del país. Cuando Scholz anunció al Bundestag que proporcionaría Leopard 2 a Ucrania, un diputado del derechista y populista de Alternativa por Alemania (un partido con fuerza en el Este del país y que ha apoyado a Vladímir Putin) lo acusó inmediatamente de derribar los cimientos de la política de paz alemana de la posguerra.
La industria de defensa alemana también sufrirá. Esta no es la primera vez que los estrictos controles de exportación alemanes frustran a sus socios: en 2019, el Centre for European Reform escribió sobre los problemas que esto causaba y la necesidad de una política europea común de exportación de armas. Es posible que países que en otras circunstancias podrían haber contado con Alemania como socia en el desarrollo de nuevo armamento decidan excluir el contenido alemán por temor a que Berlín no les permita usar estas armas para defender sus intereses de seguridad como mejor les parezca. Es probable que las empresas de defensa estadounidenses sean las mayores beneficiarias.
Ahora que Scholz, por fin, ha hecho lo que debía, sentirá la tentación de dormirse en los laureles y, a su vez, es posible que a otros líderes occidentales les tiente la idea de darse palmaditas en la espalda a sí mismos por haberlo hecho mejor que él. Pero ninguno de ellos debería mostrarse muy satisfecho con sus actuaciones. Los dos batallones de Leopard 2 (aproximadamente un centenar de tanques) proporcionados por una coalición europea y los otros 31 tanques Abrams de EE UU son ciertamente valiosos para Ucrania, pero no tendrán una repercusión decisiva en el campo de batalla, especialmente si llegan cuando Rusia ya ha empezado su ofensiva. Es posible que los carros de combate ni siquiera sean el sistema de armamento más importante que se pueda proporcionar en esta fase de la guerra: el destacado analista militar estadounidense Michael Kofman señaló recientemente que lo que Ucrania realmente necesita es más y mejor defensa aérea, algo que varios países ya están en proceso de proporcionar, y más munición para la artillería.
Occidente debería empezar por preocuparse menos por que Putin escale el conflicto y más por definir y perseguir sus propios intereses. El objetivo último del Presidente ruso está claro (aunque probablemente sea inalcanzable): quiere borrar a Ucrania del mapa como Estado soberano, dejándolo como mucho convertido en el tipo de Estado Potemkin que era la República Socialista Soviética de Ucrania dentro de la URSS. Pese a la contención occidental, Putin no ha dudado en recurrir más a la fuerza cuando ha pensado que le ayudaría a lograr sus objetivos. También hay indicios de que ha evitado escalar cuando ha pensado que se arriesgaría a enfrentarse con la OTAN. Aunque Putin y sus propagandistas amenazan con frecuencia con el uso de armas nucleares si se cruza alguna línea roja, él debe de ser consciente de que un paso así, a menos que se tome cuando el propio Estado ruso esté bajo una amenaza existencial, alejaría a su país de muchos de sus partidarios no alineados, y probablemente haría entrar de lleno a la OTAN en el conflicto. El objetivo de Kiev está tan claro como el de Moscú: quiere restaurar el control sobre todo su territorio reconocido internacionalmente. ¿Cuál es el objetivo de Occidente? Eso está menos claro. Cuando el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, visitó Washington en diciembre, el diario The Washington Post contó que habló repetidamente de victoria, mientras que Biden habló del apoyo de EE UU a la determinación del pueblo ucraniano de “elegir su propio camino”, pero advirtió de que darle a Ucrania armas significativamente más potentes “podría romper la OTAN y romper la UE”.
Al focalizarse en el peligro de ayudar a Ucrania, Biden y Scholz se arriesgan a enviar señales a Putin de que no es tan difícil intimidarles para que hagan menos por Ucrania de lo que de otro modo harían. Quizás eso le sirva para asegurarse de que para cuando termine esta tanda de combates acaba teniendo más territorio ucraniano del que tenía cuando empezó. Después de una pausa, podrá reconstruir sus fuerzas e intentarlo de nuevo.
Por el bien de la seguridad de Europa, así como de la suya propia, Ucrania necesita ganar con claridad, de un modo que haga añicos cualquier sueño ruso de reanudar la guerra en un futuro cercano. Una situación de punto muerto que conserve las líneas de frente actuales o ceda más territorio a Rusia no será estable. Y si Putin cree que una grave violación del Derecho internacional puede darle beneficios y que Occidente carece de determinación, podría verse tentado a probar suerte contra los Estados bálticos, miembros de la OTAN, pero defendidos solo por pequeños contingentes de fuerzas aliadas y unos pocos miles de soldados propios.
Para asegurar la victoria de Ucrania, Occidente debe actuar con más valentía. La mayoría de los Estados de la OTAN hasta ahora solo han suministrado a Ucrania equipamiento que consideran como excedente de sus necesidades de defensa nacional, conservando mucho más por si acaso. Es necesario que ahora revisen sus evaluaciones de riesgo. Estados Unidos puede argumentar razonablemente que necesita equipamiento de reserva en caso de posibles conflictos en la región del Indo-Pacífico o en Oriente Medio. Sin embargo, esto no debería ser una consideración para la mayor parte de los gobiernos europeos: la única contingencia en la que es probable que la mayoría necesite tanques, artillería y defensa aérea es precisamente en caso de un ataque ruso. Y cuanto mayores sean las pérdidas humanas y materiales que sufra Rusia en Ucrania, menor será la amenaza para el territorio de la OTAN en Europa. Algunos de los vecinos inmediatos de Rusia ya han hecho ese cálculo: Estonia ha gastado casi la mitad de su presupuesto de defensa para 2022 en suministrar a Ucrania armamento y munición de sus propias reservas. Letonia, Lituania y Polonia también están enviando partes relativamente grandes de sus arsenales a Ucrania, a la vez que intentan reemplazar lo que suministran con sistemas más modernos, muy probablemente de origen estadounidense. Estos países, que han experimentado de forma relativamente reciente la ocupación soviética, no ven ningún beneficio en aferrarse a lo que tienen en sus reservas hasta que el Ejército ruso llegue a su territorio. Su postura es que, dado que Ucrania se enfrenta al mismo enemigo que ellos, deberían ofrecerle las mejores oportunidades de vencerlo.
Sin importar el ruido de sables nucleares de Putin y la preocupación de Biden por la unidad de la OTAN, EE UU y sus aliados también deberían estar preparados para contribuir a los esfuerzos de Ucrania en el aire y en el mar. Si los pilotos ucranianos hubieran comenzado a entrenar en aviones occidentales como el F-16 cuando comenzó la guerra, ahora serían capaces de lanzar ataques contra centros de mando, centros logísticos y concentraciones de fuerzas mucho más allá de las líneas del frente, actualmente fuera del alcance incluso del temido sistema de artillería de cohetes HIMARS. No hay ninguna razón por la que Rusia pueda ser capaz de atacar objetivos en cualquier parte de Ucrania sin temor a grandes represalias más allá de una ofensiva ocasional de las fuerzas especiales o de un ataque con drones. Y aunque Kiev ha tenido cierto éxito golpeando objetivos navales, los barcos rusos aún siguen lanzando misiles contra objetivos ucranianos con poco riesgo de sufrir daños o verse hundidos mientras están en el mar.
Vaciar los arsenales, sin embargo, si bien es necesario, no será nunca suficiente para garantizar la victoria ni sensato como estrategia a largo plazo. Putin está también tratando de poner la economía rusa en pie de guerra, priorizando las necesidades de producción militar sobre otras demandas de recursos. Las potencias occidentales, con economías mucho más grandes, no necesitan dar un paso tan radical, pero a medida que aumenten sus presupuestos de defensa, como está haciendo Alemania con sus 100.000 millones de euros de gasto adicional en este ámbito, deberían usarlos para algo más que reparar el equipamiento que tienen y reemplazar el que han transferido a Ucrania. Deben además redoblar la producción de plataformas de armas y municiones clave, y continuar haciéndolo incluso después de que finalicen los combates en Ucrania, de modo que logren la fuerza suficiente para disuadir a Rusia y las reservas de municiones necesarias en caso de que la disuasión falle. Se ha informado de que Estados Unidos planea aumentar la producción de proyectiles de artillería de 155 mm de 14.000 a 90.000 al mes en un plazo de dos años, pero eso solo equivaldría a aproximadamente la mitad de los proyectiles que Ucrania dispara en un mes al ritmo actual.
Explicar la necesidad de invertir más en defensa durante una crisis del coste de la vida va a exigir liderazgo, una cualidad que Zelenski ha demostrado pero algunos de sus homólogos occidentales no. Aunque el apoyo a Ucrania en Europa sigue siendo relativamente alto en general, según la última encuesta del Eurobarómetro, varía considerablemente entre unos sitios y otros, desde más del 90% en los países nórdicos hasta menos de la mitad en el sureste de Europa; y también hay signos de un ligero declive en el apoyo durante los últimos seis meses más o menos. Los líderes occidentales deben explicar a sus votantes que hay mucho en juego en esta guerra, no solo para Ucrania, sino también para Occidente: si Putin emerge de ella con algo que pueda presentar como una victoria, aunque sea parcial, tiene más posibilidades de mantener su proyecto imperial ruso en marcha, aumentando la amenaza para sus vecinos. En lugar de calibrar al milímetro su asistencia militar a Ucrania para evitar provocar una escalada de Putin, los líderes occidentales deberían proporcionar a Kiev toda la ayuda que necesite para pararlo en seco.
La versión original y en inglés fue publicada en el Centre for European Reform. Traducción de Natalia Rodríguez.