Populismo: ¿cultura o economía?
¿Son los factores económicos los culpables del ascenso del populismo o se trata de una reacción cultural? La respuesta es una mezcla de ambos. La debilidad económica refuerza las posiciones iliberales de los más conservadores en cuestiones sociales.
¿Puede explicarse la oleada de populismo nacionalista de derecha que está barriendo el mundo desarrollado por motivos de queja legítimos relacionados con la economía o tiene sus raíces en una reacción cultural de rechazo al liberalismo y la inmigración? No hay duda de que los malos resultados económicos proporcionan parte de la explicación pero no esclarecen por sí solos lo que está sucediendo. Después de todo, algunos de los países desarrollados que más padecieron durante la crisis, y que todavía se enfrentan a importantes presiones económicas, como Italia y España, no han sucumbido al hechizo del populismo. Y, por el contrario, otros países cuya economía ha sufrido menos en los últimos diez años, como Austria y Holanda, han experimentado fuertes presiones populistas. El comportamiento de las élites y la predisposición de los partidos mainstream a adoptar las políticas de los populistas ayudan a explicar por qué algunos países han sucumbido a él y otros no.
Occidente ha vivido un desarrollo económico sin precedentes durante los últimos veinte años. El crecimiento en la renta mediana real se ha ralentizado abruptamente y apenas ha aumentado nada en la última década, al menos en Estados Unidos y Reino Unido. La renta mediana es la cifra que divide la distribución de la renta en dos grupos iguales de modo que la mitad tiene una renta por encima de esa cantidad y la otra mitad por debajo.
No hay datos comparables sobre la renta mediana real para la mayoría de los países europeos, pero los datos sobre los salarios medios reales —que divide el total de los ingresos de los trabajadores entre el número de empleados y por tanto no tiene en consideración los cambios en la distribución de la renta— confirma la ralentización en el crecimiento de la renta en general. Los datos de Italia, España y Alemania son llamativos. Desde 1997, las rentas medias subieron menos de un 10% en los tres países y solo un 2% en Italia. Sabemos que la desigualdad de renta creció en los tres países durante este periodo, por lo que los salarios medianos habrán crecido incluso menos que las rentas medias.
La razón para esta tendencia al deterioro de las rentas medianas es doble. En primer lugar, el crecimiento económico ha sido muy decepcionante, con una gran disminución del ritmo en relación a los 20 años anteriores. En segundo lugar, en muchos países la desigualdad ha aumentado y han sido los grupos con rentas más altas los que se han beneficiado desproporcionadamente del crecimiento económico que se ha podido producir. En el caso de Estados Unidos, Reino Unido e Irlanda, la diferencia de riqueza se ha situado a niveles muy altos. Todos los grupos de renta han experimentado poco crecimiento de ingresos en estos países desde 2008. Pero los ricos pueden afrontar el estancamiento de sus ingresos mientras que para los más pobres es mucho más complicado.
¿Por qué ha sucedido todo esto?
Las malas políticas macroeconómicas han obstaculizado el crecimiento, especialmente desde la crisis. La austeridad es la respuesta equivocada a un bajón provocado por una crisis financiera, tras la cual la política monetaria encuentra problemas para estimular la economía. Los gobiernos ignoraron la lección de la década de los 30 y siguieron políticas que tenían poca base en la teoría económica o la experiencia histórica. La globalización del comercio ha abaratado muchos productos, pero, junto a las reformas del mercado laboral que han minado el poder negociador de los trabajadores, la mayor apertura al comercio ha acelerado la pérdida de empleos seguros y a tiempo completo para aquellos trabajadores de cualificación baja o media en los países desarrollados. Muchos de esos trabajadores desplazados no se han visto liberados para dedicarse a labores más productivas y basadas en el conocimiento, como muchos esperaban, sino que han acabado en empleos para el sector servicios inseguros y nada cualificados.
Las comunidades que han visto cómo sus industrias se iban reduciendo o desaparecían no se han recuperado. Los costes han sido perniciosos y a largo plazo, y ayudan a explicar el creciente rechazo popular al libre comercio. Probablemente no resulta muy sorprendente el fuerte apoyo al Brexit y a Trump en estas comunidades en Reino Unido y Estados Unidos. Demasiada gente ha perdido la confianza en el futuro. Ellos no creen que las cosas vayan a mejorar.
Otra razón es la distribución. Los gobiernos apuntan a la competencia que ha traído la globalización como una razón para recortar impuestos a las empresas y el capital, mientras se aumentan al consumo y los trabajadores. Este enfoque, combinado con un rescate sin precedentes al sector financiero tras la crisis, ha socavado la fe de los ciudadanos en el capitalismo de mercado y en las élites que se benefician de él. Las personas que contribuyeron a precipitar la crisis, y que se encontraban entre las mejor pagadas, fueron rescatadas, mientras que los costes de solucionarla tuvieron que ser asumidos por la sociedad en su conjunto, especialmente por los más pobres, que no habían hecho nada para provocarla.
Sin embargo, aunque la mala situación económica es claramente una causa del aumento de los apoyos a los partidos en los extremos del espectro político, se trata de una condición necesaria pero no suficiente para el ascenso del populismo nacionalista. El debate académico sobre las causas del populismo se ha polarizado, y algunos insisten en que la culpa es de la situación económica mientras otros aseguran que los responsables son los factores culturales. Pero los fenómenos políticos siempre tienen causas múltiples y la evidencia muestra que la economía ha insuflado un nuevo aliento a movimientos políticos nacionalistas y antinmigración que ya existían.
El respaldo a los partidos de la derecha dura tiende a ser mayor tras las crisis financieras, en contraposición a lo que ocurre con las recesiones “normales” que no vienen precedidas por un crack financiero. Y los europeos que viven en regiones con dificultades económicas son menos propensos a confiar en parlamentos nacionales y en el Parlamento Europeo. Pero el apoyo a los partidos políticos populistas de derecha —o al Brexit— está más extendido entre personas mayores, con menor nivel de educación y más conservadoras en temas sociales. La renta no es un indicador tan importante del apoyo a los partidos radicales: es prácticamente igual de probable que los ricos, los ancianos, las personas con pocos estudios y las socialmente conservadoras apoyen a la derecha radical como que lo hagan las personas pobres.
Confianza y rendimiento político, claves para entender la situación
La última investigación muestra que las crisis económicas amplifican la tendencia preexistente entre la gente que ya se muestra conservadora en temas sociales, y que se opone con firmeza a la inmigración, a desconfiar de los políticos del establishment y a votar por candidatos más radicales. Los malos resultados económicos tienden a reforzar la desconfianza de los conservadores en los parlamentos, mientras que los liberales son más proclives a confiar en las instituciones democráticas independientemente de las condiciones económicas. Y, tras las recesiones, los países en los que la gente tiende a no confiar en otros ciudadanos son más inestables políticamente. En los países nórdicos, donde es más probable que la gente afirme que confían los unos en los otros, los gobiernos tienden a seguir en el poder tras las recesiones, mientras que los de países como Italia y Reino Unido, donde las sociedades son menos confiadas, tienden a caer.
El vínculo entre confianza y rendimiento económico podría explicar en parte por qué Estados Unidos y Reino Unido, donde la confianza en los políticos y en el proceso político es baja, sucumbieron al populismo en 2016, mientras otros países han logrado capear el temporal. Pero no explica por qué los populistas en España, Francia e Italia, donde la frustración popular con las élites políticas y la corrupción es alta, no han ganado elecciones o referéndums. Una de las razones es el sistema electoral. La votación a dos vueltas para las elecciones presidenciales francesas se tradujo en que los votantes de centro-derecha, centro-izquierda y de la izquierda dura prefirieron unirse en torno a Emmanuel Macron antes que entregar el poder a Marine Le Pen (aunque esta logró muchos más apoyos de los que consiguió su padre, Jean-Marie, en 2002, la última vez que el Frente Nacional participó en una segunda vuelta de las presidenciales). Italia se encuentra embarcada en el proceso de reformar su sistema electoral para que este favorezca a coaliciones y grandes partidos, lo que hará más difícil que el Movimiento Cinco Estrellas pudiera formar un gobierno.
La historia y la cultura política de los países también son importantes. España ha tenido que luchar con una tasa de desempleo mucho más alta que la de Gran Bretaña desde la crisis financiera y tuvo un índice de inmigración también mucho más alto hasta 2008. Pero el populismo en España es un fenómeno o bien de izquierdas (Podemos) o regionalista (partidos separatistas vascos y catalanes) porque el recuerdo del régimen fascista de Francisco Franco está todavía fresco. En Alemania, Alternative für Deutschland tuvo mejores resultados de lo esperado en las elecciones federales de 2017, pero el enorme pico que se produjo en la tasa de migración neta del país tras aceptar a cientos de miles de refugiados en 2015 y 2016 no provocó un terremoto político, como habría sucedido en muchos otros países. Irlanda tiene una distribución de la renta y una estructura económica similar a la de Reino Unido, pero sus políticos no explotaron su altísima tasa de inmigración en el periodo anterior a la crisis financiera para lograr beneficios políticos.
Receta contra el populismo
¿Qué nos dice todo esto sobre lo que deberían hacer los políticos moderados para enfrentarse al populismo? En primer lugar, deberían dejar de ser condescendientes con los sentimientos antinmigración. En, prácticamente, ningún país de Europa continental los partidos de centro se han vuelto hostiles a la libre circulación de personas del modo en el que los conservadores y laboristas lo han hecho en Gran Bretaña. Por el contrario, la mayoría de los políticos de centro europeos fuera de Reino Unido han sido prudentes a la hora de no permitir que los principios fundadores de la UE se conviertan en una parte legítima del debate político. Los políticos moderados de Francia, y pese al relativo escepticismo del país sobre el libre comercio, no se han lanzado a un exaltado debate sobre los límites de la libre circulación de bienes y servicios dentro de la Unión, por ejemplo. Por su parte, los políticos del continente no deberían intentar lograr beneficios políticos haciéndose eco de la hostilidad popular a los migrantes llegados de fuera de la UE. El transporte aéreo barato, la demografía europea y el aumento de las rentas en los países más pobres fuera de Europa (la emigración proviene en mayor medida de los países de rentas medias, no de los más pobres) significan que las altas tasas de inmigración han llegado para quedarse. Los políticos europeos deben encontrar modos de demostrar que tienen el control de la situación a la vez que presentan argumentos para defender la inmigración. De lo contrario se arriesgan a ceder poder a los gobiernos de extrema derecha.
En segundo lugar, los políticos europeos de centro-derecha necesitan comprender que el débil crecimiento desde 2008 ha sido un motor de la inestabilidad política, y que la política fiscal y monetaria ortodoxa ha sido una de las razones de que la recuperación tardara tanto en llegar. La política monetaria tiene que ser expansiva para fomentar la inflación y dar margen a los bancos centrales para relajar su política monetaria cuando se produzca la siguiente recesión. Los gobiernos también deberían revertir la caída de la inversión pública que se ha producido desde la crisis. Ese gasto contribuiría a impulsar la recuperación y ayudaría a aumentar el crecimiento potencial de las economías. No existen evidencias de que esto conduciría a una pérdida de confianza de los inversores en las finanzas públicas.
En tercer lugar, se necesita una nueva forma de pensar sobre cómo aumentar los salarios en la mitad más baja de la distribución de la renta, y sobre cómo ofrecer a la gente mayores oportunidades. Reducir la presión fiscal sobre los pobres debería ser la prioridad. El sistema de crédito fiscal de Reino Unido, que ha centrado sus esfuerzos de redistribución en las familias más pobres (y ha sido innecesariamente recortado por los últimos gobiernos) es un modelo a seguir. Aumentar de manera paulatina los salarios mínimos con más rapidez que la inflación —e interrumpir las subidas si se encuentran evidencias de que están elevando el desempleo— ayudaría también a subir las rentas. Y los gobiernos podrían usar sus hojas de balance de manera más inventiva para proporcionar financiación para la educación y la formación: podrían aplicar los bajos costes de sus préstamos a los trabajadores de más edad, proporcionándoles préstamos a bajo interés para ayudarles a mejorar su cualificación profesional.
La economía por sí sola no puede explicar el ascenso del populismo y el creciente rechazo al liberalismo en los países desarrollados. El estancamiento de la renta mediana real en Estados Unidos y Reino Unido sin duda explica en parte la elección de un presidente populista y el voto británico a favor de abandonar la UE, respectivamente. Pero otros países como Francia, Italia y España han experimentado muy poco crecimiento de sus rentas medianas sin que el pensamiento populista gane presencia. De igual modo, a los trabajadores con rentas medianas de Holanda, Dinamarca y Austria les ha ido muy bien en los últimos 20 años, incluyendo el periodo posterior a la crisis financiera, y sin embargo estos países albergan algunos de los movimientos populistas más fuertes de Europa. La cultura también importa. En especial, los niveles de conservadurismo en cuestiones sociales, las actitudes hacia la inmigración y la historia. Y, lo que es crucial, el hecho de que los políticos mainstream han estado demasiado dispuestos a otorgar legitimidad a los populistas al adoptar su lenguaje y sus políticas.
El artículo original en inglés publicado por el Centre for European Reform (CER).