Para ser relevante en la UE, España debe reconstruir su centro político
Los aprietos políticos de España, al igual que los de muchos otros países europeos, tienen menos que ver con el auge –o caída– de un único partido que con el hundimiento del centro y la polarización de las formaciones anteriormente mayoritarias de centroderecha y centroizquierda. Desde que el sistema bipartidista español, vigente durante mucho tiempo. naufragara en 2015 con la entrada en el Parlamento de los recién llegados Podemos, de extrema izquierda, y Ciudadanos, de tendencia liberal, el país ha tenido que lidiar con coaliciones frágiles, gobiernos inestables y elecciones frecuentes. En 2015 y 2016, los españoles acudieron a las urnas tres veces. Mariano Rajoy, del Partido Popular (PP), logró finalmente un segundo mandato como presidente del Gobierno en 2016, solo para ser destituido en 2018 por una moción de censura liderada por [Pedro] Sánchez, [del Partido Socialista Obrero Español (PSOE)]. Sánchez ganó a continuación las elecciones, por un estrecho margen, en 2019. Ahora tiene bastantes posibilidades de volver a formar gobierno, pero su legislatura seguramente será breve debido a las desavenencias entre sus posibles socios.
Las concesiones de Sánchez tanto a los líderes de extrema izquierda de Podemos como a los independentistas catalanes, y su estilo beligerante le han convertido en una figura polarizadora en España, a pesar de su buen historial en política económica y exterior. Con bastante habilidad, ha mantenido unido a su Gobierno durante la pandemia de covid, la guerra de Ucrania y la crisis por el incremento del coste de la vida, pero a expensas de inclinar a su partido socialdemócrata hacia posiciones más extremas para complacer a sus socios. Por otra parte, la complicidad del PP con Vox y la popularidad de la radical presidenta del PP de Madrid, Isabel Díaz-Ayuso, han llevado a los populares a adoptar posturas más duras sobre el escepticismo climático, la austeridad en los servicios públicos y la oposición a una mayor redistribución de la riqueza. Es probable que tanto el PP como el PSOE se radicalicen más, y no menos, ya que las voces más moderadas dentro de estos partidos y los aliados más moderados fuera de ellos prácticamente han desaparecido. Después de una campaña tan agresiva, las perspectivas de una gran coalición son escasas.
Un resultado electoral claro en España habría sido relativamente intrascendente para la UE, incluso con Vox en el gobierno. Es poco probable que las opiniones fieramente proeuropeas de Madrid cambien mucho a corto o medio plazo, y Vox nunca habría tenido suficientes escaños para influir demasiado en la posición de Feijóo respecto a Europa.
Es posible que el europeísmo acrítico de España cambie con el tiempo, a medida que la Unión Europea adquiera más poder y esté más arraigada en la vida de los ciudadanos. Pero no es probable que esto se deba a la entrada en el gobierno de partidos más radicales de derechas o de izquierdas. Es más probable que suceda porque los partidos políticos convencionales adopten posturas más críticas con la UE, a medida que esta se vuelva menos tecnocrática y más política; o por culpa de crisis externas que afecten desproporcionadamente a España, como una nueva crisis migratoria o financiera.
Sin embargo, el incierto escenario actual influirá en el lugar que Madrid ocupe en la Unión Europea. España ha asumido la presidencia rotatoria del Consejo de la UE hasta finales de diciembre. La presidencia funcionará bien; tanto el Gobierno español como sus funcionarios han sido meticulosos a la hora de prepararla y la ejercerán con diligencia. Un gobierno en funciones belga dirigió satisfactoriamente la presidencia rotatoria del país en 2010. La UE también seguirá funcionando: la presidencia rotatoria es una responsabilidad relativamente sencilla y, en cualquier caso, era poco probable que las prioridades de España hubieran tenido importantes repercusiones en los asuntos decisivos de la UE.
Desde 2009, los países que ocupan la presidencia rotatoria trabajan en equipos de tres, denominados "tríos". Cada trío acuerda las prioridades y programas de la presidencia con meses o a veces años de antelación. El Consejo de Ministros puede intervenir si una presidencia se tuerce. Y otros Estados miembros pueden ayudar al país de turno en caso de necesidad. El sistema está diseñado para resistir la agitación política; en 2022, Francia ejerció con éxito su presidencia en medio de una campaña electoral, y la extrema derecha entró en el gobierno sueco dos meses antes de que Estocolmo asumiera la presidencia rotatoria en enero de 2023.
Aunque no hay forma de que Vox entre en el gobierno y los posibles socios más desagradables de Sánchez no podrán causar muchos problemas a la presidencia, las negociaciones para formar gobierno llevarán tiempo. Si ningún partido lo consigue, se celebrarán nuevas elecciones antes de que acabe el año. Esto significaría que el Gobierno actual ejercerá la presidencia hasta el final, pero con carácter interino. Sería malo para Madrid, que esperaba brillar durante su presidencia y ha intentado mostrar más firmeza en Europa. Y también sería malo para la UE: España estará distraída durante los próximos meses, en los que la Unión mantendrá conversaciones de gran calado sobre la ampliación, la migración, las reformas institucionales, las normas fiscales y China, entre otros asuntos. Con Berlín demasiado preocupado por las luchas internas de la coalición, Varsovia a la greña con Bruselas y el Gobierno de extrema derecha de Roma intentando encontrar su sitio en Europa, los debates europeos han estado dominados principalmente por París y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. La covid y la guerra de Ucrania han hecho que la Unión se vuelva más multipolar. La UE necesita el mayor número posible de puntos de vista que la ayuden a desenvolverse en un mundo más dividido.
Las elecciones han puesto de relieve el defecto más dañino de España: el perpetuo desacuerdo sobre la identidad nacional. La crisis de identidad de España impregna el sistema político del país, que a menudo es rehén de intereses regionalistas y tiene poca cabida para los partidos de centro a pesar de que la mayoría de los españoles prefieren las posturas moderadas. También limita el protagonismo de España en la UE. Un país con problemas de identidad abiertos no puede aspirar a desempeñar una función de más peso en Europa, y mucho menos a liderarla. Sánchez y Feijóo, o quien venga después, tienen más puntos de acuerdo entre ellos que con sus hipotéticos socios de coalición. Puede que una gran coalición sea una posibilidad distante, pero un gobierno en minoría de uno de esos partidos con el apoyo del otro sería mejor para los intereses de España dentro y fuera del país, al menos hasta que España pueda reconstruir su centro político perdido.
Camino Mortera-Martínez es jefa de la oficina en Bruselas del Centro para la Reforma Europea.