Alemania debe tomarse más en serio la desvinculación de la UE de China
La considerable ventaja de Donald Trump en las encuestas sobre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, es un presagio de dolor económico para Europa, sobre todo para la mayor economía del continente. Durante las últimas décadas, el modelo de crecimiento alemán -y el hinterland industrial europeo que lo abastece- ha dependido de la demanda de China y Estados Unidos, de la energía de Rusia y de la seguridad proporcionada por el orden mundial de la Pax Americana.
Pero a medida que Pekín inunda el mundo con su sobreproducción de bienes industriales avanzados como los coches eléctricos y expulsa los productos europeos de su mercado, la relación comercial de Alemania con China está en peligro. El gas procedente de Rusia, en su mayor parte, ha dejado de fluir. Y si Trump vuelve al poder, los dos últimos pilares del modelo -la demanda estadounidense de productos europeos y un paraguas militar que proteja a Europa y el comercio internacional- también podrían desmoronarse. En cambio, Trump 2.0 ejercerá una importante presión para que la Unión Europea se alinee estrechamente con Estados Unidos a la hora de tratar con China. Alemania y la UE necesitan urgentemente un conjunto de herramientas para prepararse para esta nueva era oscura.
A Trump no le gusta el superávit comercial de Europa con Estados Unidos y, si es elegido, impondría más restricciones comerciales penalizadoras a las importaciones de la UE, ahogando la demanda estadounidense de productos europeos. También quiere socavar -si no poner fin- al compromiso estadounidense con la defensa europea. Tal es la incertidumbre que rodea a Trump, que ningún aliado sabe si su administración mantendrá la coalición naval liderada por EEUU que actualmente defiende la navegación en el Mar Rojo contra los ataques de los rebeldes hutí o el compromiso de EEUU con la OTAN.
La única certeza es que la geopolítica de las grandes potencias entre Estados Unidos, China y la UE dominará los asuntos mundiales. Trump puede convertir la competencia económica con China en una confrontación militar. O puede prolongar la política del presidente Biden, iniciada en realidad por la administración Trump, de estrangular el acceso de China a la tecnología y las finanzas. En cualquier caso, dado que Estados Unidos tiene suficiente influencia económica para forzar a Europa a entrar en su estela geopolítica, los europeos necesitamos urgentemente un plan de juego para gestionar sus interdependencias, y nadie más que Alemania, frente a China.
Para ser justos, la UE ha dado los primeros pasos. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, acuñó el concepto de "de-risking", alejándose de la idea poco realista de "desacoplamiento" propagada inicialmente en Estados Unidos. Para ello, la Comisión elaboró una nueva estrategia de seguridad económica, mientras que Alemania formuló sus propias estrategias tanto para China como para una moderna política industrial adaptada a la rivalidad geopolítica y a las necesidades de la transición climática.
Sin embargo, estas iniciativas se quedan cortas a la hora de elaborar un plan global. El déficit comercial de la UE con China sigue aumentando y se ha disparado desde 2019 de 165.000 millones de euros a casi 400.000 millones de euros en 2023, en parte debido al éxito de la "economía de doble circulación" de China, en la que aspira a ser autosuficiente en recursos, tecnología y producción. Para un solo Estado miembro, la desvinculación unilateral es imposible, porque el comercio y la inversión simplemente se desviarán a través de otros socios comerciales. Una economía tan integrada como la alemana sólo conseguirá "eliminar el riesgo" de su comercio si integra también mecanismos políticos regionales, federales y, sobre todo, europeos.
Por tanto, el éxito depende de que Berlín y Bruselas identifiquen correctamente los riesgos reales y determinen las herramientas para hacerles frente. Destacan cuatro riesgos críticos que deben abordarse a través de ese planteamiento político a varios niveles.
En primer lugar, la propiedad intelectual europea, sobre todo alemana, es vulnerable en China. Las empresas europeas se han visto prácticamente abandonadas a su suerte, ya que intercambian requisitos de producción local y transferencias de tecnología a cambio de ser admitidas en los mercados chinos. Esto es especialmente evidente en sectores como el aeroespacial y el automovilístico, donde las empresas chinas se han saltado décadas de investigación y desarrollo, convirtiéndose en formidables competidores. Para reducir el riesgo para la propiedad intelectual, se necesitan dos medidas contundentes: un riguroso proceso federal de selección de inversiones exteriores para examinar las condiciones establecidas por los socios chinos de las empresas conjuntas; y volver a poner sobre la mesa un tratado de inversiones con China, basado en un sólido mecanismo de resolución de disputas.
El segundo gran riesgo consiste en que tecnologías, empresas o infraestructuras europeas críticas caigan bajo control extranjero. Para mitigar este riesgo es preciso evaluar adecuadamente las industrias y prioridades estratégicas. Por ejemplo, la UE no puso objeciones a que COSCO o China Merchants Ports Holdings tomaran participaciones significativas en puertos europeos clave como Rotterdam, Dunkerque, Le Havre o Vado Ligure, pero más recientemente advirtió sobre Hamburgo, este último muy controvertido en Alemania. Todo ello pone de manifiesto la falta de un mecanismo común de control de las inversiones extranjeras. Este marco reduciría el riesgo de despliegue de nuevas tecnologías e infraestructuras, ya sean las redes 5G desarrolladas por Huawei o la producción europea de semiconductores.
La tercera cuestión crítica es la dependencia de Europa de las importaciones de materiales y tecnología cruciales, sobre todo para la transición ecológica. La Ley de Industria Neta Cero pretende aumentar la producción nacional de bienes industriales ecológicos esenciales como turbinas eólicas, paneles solares y electrolizadores. Sin embargo, es posible que la ley no consiga sus objetivos, ya que no impone requisitos estrictos de contenido local ni ofrece subvenciones equivalentes para la producción nacional. En cuanto a los minerales, la estrategia europea es importante, pero en la práctica, el acceso a los escasos recursos será difícil en un mundo dividido por las alianzas de Estados Unidos y China. La industria local y la transición ecológica no tienen por qué ser oxímoron, si los europeos adoptan una política industrial a escala de la UE que respalde ambas. Para ello, la Presidenta de la Comisión Europea, von der Leyen, debería estar dispuesta a enfrentarse a Berlín, que hasta ahora se ha mostrado reticente a crear un fondo europeo mutualizado dedicado al apoyo industrial.
Por último, para Alemania, la concentración regional y sectorial de las exportaciones supone un riesgo importante. En porcentaje de su PIB, Alemania depende de China como otras economías avanzadas del G7, pero su dependencia de las exportaciones es mucho mayor y está muy concentrada en unos pocos sectores y regiones. El sector automovilístico alemán es especialmente vulnerable al auge de los vehículos eléctricos chinos. No está claro que sectores tan expuestos puedan seguir siendo competitivos en un mundo cada vez más mercantilista sin medidas antisubvenciones o antidumping. Aunque la Comisión Europea está investigando las subvenciones chinas, aplicar estos instrumentos suele ser "demasiado poco, demasiado tarde". Esta situación es una fuente potencial de división dentro de Alemania, ya que los fabricantes de automóviles con importantes inversiones y producción local en China pueden resistirse al cambio. Además, podría provocar divisiones dentro de Europa, con países con una exposición mínima a la exportación de automóviles a China, como Francia, abogando por una estrategia más agresiva.
Ningún dirigente europeo puede decir que no estaba avisado. Pero a menos de un año de que Trump recupere potencialmente el poder, Europa y Alemania parecen caminar sonámbulas hacia una crisis geoeconómica que podría ser económica y políticamente devastadora. Es necesario actuar, pero los resortes políticos están fragmentados. Aunque la política comercial ya es una prerrogativa de la UE, el conjunto de instrumentos necesarios para la reducción del riesgo, como el control de las inversiones extranjeras y de las exportaciones, sigue siendo en gran medida nacional. Como consecuencia, las decisiones seguirán siendo lentas y fragmentadas, lo que dejará a la UE expuesta a la presión de China o EE UU.
Todos los aspectos de la reducción de riesgos en Europa requieren un consenso a escala de la UE. Se trata de una tarea difícil, pero ante la inminencia de una nueva presidencia de Trump, será mejor que Berlín y Bruselas aceleren sus esfuerzos.